jueves, 30 de mayo de 2013

Levantarse

Levantarse y respirar.
Sentir que aún queda mucho por andar.
Qué más se podía pedir.
Todo.

Niña, necia, egoísta.
Sin más preocupación que vivir su día a día,
ella estaba segura de su importancia para el mundo.
Se cruzó en mi mundo.





Nada.
Nada para nadie y un todo oscuro que la estremecía.
Recuerdos de un pasado extraño
que no la permiten avanzar libre.

Libre.
Dejar todo atrás y retomar el camino.
Saltar de la cama y despertar porque no todo es lo que parece
y cambia a cada paso que das.

Niña, qué vas a querer ahora que lo tienes todo.
Déjame o déjame que te haga volar.
Volar alto.
Muy alto.


"Para terminar diré que este es el principio de un bello final"

jueves, 23 de mayo de 2013

Medía las palabras

Sabía que no podía equivocarse, pues ella misma era su mejor defensa y la palabra su único soldado.

Debía cuidar sus gestos, siempre recatados; y su expresión, serena y de mirada penetrante, pero para cada enemigo una distinta.

Hasta ese día no fue consciente del gran número de tipos de miradas que se podían llegar a lanzar.


Todas y cada una de sus palabras tenían un doble filo, por eso había que pronunciarlas con sumo cuidado.

A día de hoy todos eran enemigos hasta que ella decidiese lo contrario.

Debía dejar clara su postura, pero no quemaría todas sus naves en el primer asalto. Tenía que preparase para la batalla final.




"No se fía de nadie, excluida ella misma"

miércoles, 8 de mayo de 2013

Extraño

Andaba por las calles como si se tratase de un soleado día del mes de mayo; con el sol iluminando mi rostro mientras paseaba por un camino repleto de verdes árboles, aunque este no era el caso. La mejor luz, la proveniente de la luna y, además, llovía a cántaros. En lo único en lo que se parecía esa fresca noche a aquel idílico día primaveral era en que ambos pertenecían a la misma estación del año.

Ya llevaba bastante tiempo andando, no sabría decir exactamente cuánto, pero decidí sentarme en las escaleras de un soportal a esperar a que amainase un poco el temporal; aunque debo reconocer que adoraba la lluvia y que ya estaba calado hasta los huesos. Estando allí comencé a observar como cada gota se estrellaba contra el suelo haciendo ese ruido tan característico. En ese momento comenzó a llover con mayor intensidad, creando prácticamente una cortina blanquecina. Bajé la mirada y fijándome en un pequeño riachuelo que pasaba por la acera pegado a la pared, me dejé caer sobre mi hombro y apoyé mi cabeza sobre el frío ladrillo. Respiré hondo y me relajé.





Entonces, en esa inspiración, mi nariz captó un olor diferente mezclado en el húmedo ambiente. No era difícil reconocer, por ejemplo, el de la hierba mojada, pero descubrí un efluvio de algo que me sorprendió gratamente, con lo que hacía tiempo que no me deleitaba y que me extrañó percibir. Creo que subestimé a mi olfato, al parecer, más sensible de lo esperado. Me levanté casi intuitivamente, pasé de un salto los dos escalones que me separaban de la acera y me dirigí en la dirección de la que provenía el olor; para muchos nauseabundo, para mí delicioso.

En esos instantes, me sentí como un tiburón que podía oler una gota de sangre en el océano encontrándose a varios metros de distancia de ella. El paralelismo me pareció de lo más acertado, pues llovía a mares y no anduve mucho más de unos metros hasta doblar una esquina y dar con la procedencia de tan maravilloso aroma.

Me topé con una chica. No tendría más de veinte años. Estaba tirada en el suelo, bañada en sangre. Me agaché a su lado. Parecía tan dulce y frágil, de piel pálida con el pelo largo y negro. La sangre procedía de una herida en su cuello, no era excesivamente profunda. El contacto de mi mano con la sangre, con ella. Descubrí que estaba helada, prácticamente más fría que yo. Casi no tenía pulso.

Todo apuntaba a que había sido uno de los nuestros. Pero, ¿quién sería capaz de hacer una cosa así? Me sentí de nuevo atraído por el olor e intenté reprimir mis instintos hasta que finalmente no pude contenerme más. Una sensación de angustia me invadió el cuerpo y un escalofrío me recorrió de arriba abajo. Nadie se enteraría, miré a izquierda y derecha. Estaba impaciente, no podía esperar más.

Al instante, me vi posando mis colmillos encima de la herida de su cuello. Rápidamente me aparté y me levanté de un salto. ¿Cómo podía haberme descontrolado de esa manera? Hacía mucho que no me sentía así. Yo había aprendido a controlar mis impulsos. Esto no era normal. Me apoyé contra la pared mientras observaba a la chica que tenía a mis pies.

Tenía que sacarla de allí, no podía dejarla tirada en el suelo de una calle cualquiera. Ella no tenía la culpa. Me agaché de nuevo junto a ella, la recogí con mis brazos y me la llevé corriendo. Más tarde me preocuparía del verdadero culpable.


"Vida en la muerte y muerte en la vida"

sábado, 4 de mayo de 2013

Vomitar

Lo único que me gusta vomitar son palabras. Una sensación que te impulsa. Estás lleno de ideas y solo deseas plasmarlas en papel. Necesitas escribir; tomar una hoja y un boli y, tan solo, escribir.




Pero, en este caso, la sensación es peculiar y más profunda, ya que no se tienen los mismos síntomas. Comienzas por sentir extrañeza, repulsión, aversión y una tenue presión en las sienes, mientras frunces ligeramente el ceño. Un pequeño nudo en la garganta, un gran agujero en el estómago.

Tensas todos tus músculos, encajas la mandíbula apretando los dientes, preparándote para ladrar. Achinas los ojos y tu mirada se vuelve dura y fría como el acero, y tan afilada como tu lengua o, por el momento, tus pensamientos. A veces, arrugas la nariz y abres las aletillas, como si de una especie de tic se tratase. Parece como si hubieses olido algo asqueroso y comienzas a tener nauseas. El dolor comienza a hacer mella en tu estado de ánimo y llegados a este punto empieza la trasformación.

Aprietas los puños, respiras más deprisa y cada vez que lo haces el aire resuena como si fueras un toro embravecido. Te mantienes en una alerta constante, en cualquier momento puedes vomitar algo de lo que luego quizá te arrepientas, pero, en esos momentos, todo te da igual. No eres racional. Estás completamente a la defensiva, preparado para recibir cualquier disparo, desde cualquier ángulo. Puedes atrapar la bala aunque te apuñalen por la espalda.

Todo es muy rápido, todo en caliente. Todo esto ocurre en escasos minutos. Probablemente luego te relajes, reflexiones, recapacites y te vuelvas sensato.

O, tal vez, no. 



"El juego de niños que fue ayer, torna hoy en pensamientos oscuros y confusos"