Un cosquilleo, un calor que te
sube recorriéndote las entrañas. Cierras los ojos y por un instante lo sientes
otra vez. Sonríes y piensas: «¿A eso es a lo que llaman “amor a primera vista”?»
Lo recuerdas, mientras vas
cómodamente sentada en la parte de atrás del búho, y te tiemblan las manos, se
te disparan los latidos. La ilusión de volver a encontrártele, te asalta.
Imágenes de aquella noche bailan
en tu cabeza y el escalofrío de su dedo llamando en tu espalda. Resuelta la
duda horaria, acabamos de pie en mitad del autobús contándonos mil historias
como si nos conociéramos de toda la vida, pero el tiempo no corría a nuestro
favor. Las risas. Los miedos. El destino que nos cruza y nos ata, una y otra
vez. Era demasiado tarde para escaparse, ya no queríamos separarnos.
Llegar a casa y despertar, y a
cada hora recordarle. Un haz de luz cruza tu mirada y una sonrisa tonta se te
dibuja en la cara, deseando volver a verle para que te haga vibrar como solo él
ha sabido. Cuentas los minutos, aun sabiendo que solo nuestras brújulas
conocían el rumbo, solo nuestro amor dibujaría los senderos.

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