Te comienzan a escocer los ojos y
al frotarte sientes como se te humedece la parte exterior de los índices. Entonces
separas los párpados con cuidado, con miedo a romperte, y descubres que la
inundación es inminente.
Aunque no estás frente a un espejo,
tus mejillas y tu nariz sabes que han comenzado a enrojecerse, pues un calor
que te hace tiritar ha roto tu termostato personal.
Las gotas de lluvia saladas
comienzan a deslizarse por el borde de tus ojos hasta que no caben más, y al
parpadear se lanzan por el precipicio en un suicidio colectivo.
Primero resbalan por tus
mejillas, acariciándolas hasta hacer surcos. Cuando terminan con ellas, no
pueden más que desprenderse del borde de tu cara, atraídas por la fuerza de
gravedad. Tus manos intentan frenarlas, pero no hay nada que pueda
pararlas. Ya se desató la tormenta, ya estalló el ciclón que se escapa por las
ventanas. Las cándidas nubes de tus ojos descargarán hasta la última gota y nada servirá de nada.

No hay comentarios:
Publicar un comentario