Empezó siendo un parque más. Tengo el vago recuerdo de los niños del barrio jugando, cercanos a sus madres y abuelos, los perros, protección, diversión, inocencia. Me llevaban en primavera y guardo un bonito recuerdo de aquel lugar. Siempre tan natural, tan lleno de vida.
Pero, un día, no
sé bien por qué, desapareció. Simplemente era como si ya no estuviese allí, como
si lo hubieran trasladado a otro lugar. Al dejar de entrar con frecuencia, aquella
verja enarbolada no me permitía ver más allá.
No sé dónde ha
estado todo este tiempo, solo sé que un día le reencontré y que ahora no hay
día que no piense en él. Le veo al final de la calle y todas esas imágenes
vuelven a mí en un torrente de recuerdos. Pero ahora le veo diferente. Ahora le
miro desde arriba, pues veo por encima de esa verja, y siempre me gusta
recordar el tiempo aquel en el que me parecía tan alta que nunca me planteaba
el superarla.
En estos tiempos
que corren, o más bien vuelan, ese parquecito se ha convertido en un remanso de
paz, en el que te dan ganas de quedarte plácidamente sentado en un banco
leyendo un libro o escuchando el trino de los pájaros.