lunes, 11 de febrero de 2013

Nirvana

Subí deprisa, una gran curiosidad me invadía. Necesitaba saber cómo sería aquello, cómo se vería todo desde allí. Me senté en la hierba fresca apoyando mi espalda en el tronco de un majestuoso árbol y mirando la inmensidad del horizonte, me sentí tan sola que todo lo demás desapareció. De repente mi mente se quedó en blanco. Fue una bella sensación que consiguió poner en orden mis ideas. Al bajar me había convertido en otra persona.


Todas mis dudas y temores se despejaron. Tenía el alma en paz y el espíritu tranquilo. No sabía cuánto tiempo iba a durar esta sensación ni si se repetiría. Nunca me había sentido así y, quizá no me volviera a sentir así nunca.





Por tanto, decidí sacarle el máximo partido y aprovechar este estado de mi nueva religión para extraer de mí todo aquello que no me pertenecía, pues ahora era una persona diferente. Así, adquirí todos esos aspectos de mi nueva personalidad que favorecían esta especie de trance del que no deseaba salir.



"Esa sensación de respirar, y creer que el mundo es tuyo y nadie te va a poder parar"

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