Es cierto todo lo
que dicen acerca del amor. Para empezar, tú ya te has fijado en esa persona
antes y desde tu privilegiada posición podías haberla observado, pero
simplemente la viste y pensaste: “inalcanzable”.
Ya la habías
olvidado cuando, de repente, se te presenta la ocasión de conocerla, de hablar
con ella. No eres capaz de mover un músculo, mas en cuanto reaccionas deseas
que la tierra te trague para que nadie te obligue a intercambiar ni siquiera
una palabra con él.
Al mirarle en la
distancia te parece muy guapo y alguien bromea con la típica frase del tipo
“¿qué pasa, te da vergüenza?”. Entonces comienzas a reír, en un tira y afloja
con la persona que te quiere llevar ante él y el calor del grupo del que no
deseas separarte. Sientes como un color bermellón se apodera de tus mejillas y para que nadie se dé cuenta, acabas siguiendo con resignación a quien ya le
conoce.
Cuando llegas al
punto de encuentro te alegras al superar la primera toma de contacto: las
pertinentes presentaciones y un fugaz beso en cada mejilla. Les dejas hablar y
tú absurdamente piensas que la situación se va a mantener así todo el tiempo.
Ellos hablan, tú escuchas. Mientras, aprovechas para mirarle más
detalladamente, a la vez que cruza alguna mirada contigo. De momento, es como
si nada hubiera cambiado, simplemente ahora le tienes más cerca.
Y entonces
llega el esquivado momento, te hace una pregunta que te resulta ambigua y tu
mente se bloquea. Se te hace un nudo en la garganta, casi no puedes respirar.
No sabes qué decir, pero sabes que es tu turno, así que décimas de segundo
después sueltas lo primero que se te pasa por la cabeza. Esa es la clave, ya
has explotado. Aquello comienza a rodar. Sigues temblando, pero comienzas a
cazar las mariposas que revolotean en tu estómago.
Él sonríe y te
reformula la pregunta. A partir de ahí la conversación remonta pudiéndose
definir de breve pero intensa. De esta manera, comienzas a guardar detalles en
tu mente: algo más alto que tú, moreno, pelo de punta, rasgos ligeramente
endurecidos y, algo que te sorprende sobremanera, sus ojos. Sus ojos negros y
profundos que te miran como nadie antes lo había hecho. Ya no puedes dejar de
mirarlos.
En ese instante,
por tu mente pasan dos ideas: te estás enamorando, será verdad que él también.
Tiene una mirada tan tierna y transparente que serías capaz de pasarte la vida
perdida en ella. Todo en él es perfecto.
El problema
aparece cuando debe marchar. Entonces comienzas a desear que la persona que te
acompaña os deje a solas para poder desaparecer con él. A la hora de despedirte
prefieres que no te dé dos besos ni mucho menos en la mejilla. Después solo
encuentras dos opciones: la esperanza o el olvido.
"Eres la luz de
vela que alumbra mi camino, la estrella que me guía, el fuego en el que deseo
consumirme hasta ser cenizas"
El cristal de la
ventana se hizo añicos. Una explosión de brillantes prismas multicolores. Mil
pedazos saltaron en todas direcciones cubriendo el suelo de la habitación. Fue
como una liberación. Respiré hondo, me miré el puño y no sentí nada. Solo vi la
roja sangre que comenzaba a brotar de mis nudillos.
Una vez soltada toda la tensión acumulada, toda la furia, me relajé. Ahora solo tenía una misión: cumplir mi último deseo.
"Las fronteras las crea el hombre, no la naturaleza"