Llega de repente. Lo desmonta
todo, lo destruye y lo revuelve. De los pedazos surge, casi como sin esfuerzo,
algo maravilloso. Su pregunta preferida es: «¿Eres feliz?»
Se le da bien identificar
problemas, sabe lo que está mal y busca el por qué. No se conforma con un
«nada» por respuesta.
No entiende a la gente que no
siente pasión por lo que hace, que no vive cada segundo como si fuera el
último, que no disfruta de los pequeños placeres que le brinda la vida. No
comprende qué pueden tener en la cabeza esas personas que no adoran regalar su
alegría, que no se atreven a cambiar el ritmo, que no pretenden mejorar día a
día.
Mundo estático que gira inexorablemente.
Sentados, mirando el horizonte olvidan que existen otros amaneceres. Creen que
no necesitan nada más, por miedo de caerse al levantar para continuar corriendo
hacia el alba.



