No mienten. Heridas que se
vuelven a abrir. Que vuelven a sangrar. De nada sirvió dar puntos.
Se marchitó la azulada flor, y no
había manera de coser el dolor.
Ardieron las esperanzas contra mi
pecho y cayeron hechas trizas a mis pies. El temblor se apoderó de mis
extremos, nada podía templar aquel infierno.
Solo tu calor.
Ahora sentía arder en mi interior
otro fuego. El del odio enjuagado con lágrimas baldías. Pasaron los años y al
verte el dolor se hizo insoportable. Una punzada en el corazón me tiró al
suelo. Se me encogió el estómago y se me cruzaron los miedos. Un sentimiento de
abandono se apoderó de mí y me quedé a solas con mi cuerpo.
Juré que no volvería a pasar, que
no volvería a ocurrir. Pero pasó, y ocurrió, y dolió. Y una lágrima brotó del
filo de mis ojos. Ni una más te merecías. Ni una sola.
Me levanté y me sacudí mis
emociones. Te sacudí de mí. Sería la última vez que habría que coser la herida.

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