Una presión me oprimía el
pecho, era como una losa que no me dejaba respirar. Quería gritar, pero no
podía ni tan siquiera tomar aire. Y si alguna vez lo conseguía mi sentido común
me mandaba callar, pues la persona menos indicada podía oírme. Tan solo una vez
llegó a salir de mi boca un grito ahogado.
¿Qué más podía
hacer? Ahora nada, solo podía relajarme y ser paciente. Solo podía pasarme el
día resguardada en casa mientras amainaba la tormenta. Dentro de unas semanas,
cuando vuelva a salir el sol, podré sonreír sin más preocupación. Pero en estos
momentos, me conformo con el hecho de pensar que no tardando mucho ese día
llegará.