Dejo volar mi mente, mi imaginación y me veo en otros mundos, viviendo otras vidas. ¿Qué sentido tendría ahora el retroceder y volver a permitir que el destino te vuelva a colocar en un sitio, en tu sitio? Ese que nos toca por casualidad, ese que no elegimos. En el cual nos encontramos en cuanto inspiramos por vez primera. Del que probablemente no nos movamos en algún tiempo o quizá en toda nuestra vida.
Siempre que nos
paramos a pensarlo nos parece algo tan abstracto y tan lejano; tan grande, que
no podemos abarcarlo. Nuestra pequeña cabecita es incapaz de hacerse, ni
siquiera, una idea aproximada de lo que ocurrió en aquel instante en el que la
casualidad decidió situar nuestra existencia en ese preciso paralelo.
No somos
conscientes de la relevancia que ello tiene hasta que alguien te lo comenta,
preguntándote: “¿Has pensado alguna vez en ello?” Tú te quedas con una
expresión absurda mientras intentas asimilarlo, y te dices: “¿Por qué he nacido
aquí?”
Pasado un tiempo
quizá te rías y pienses qué le habré hecho yo a la diosa Fortuna para que me
hiciera comenzar aquí y en ese momento mi vida; y siempre pensarás: “He tenido
suerte, mucha suerte”. Incluso llegarás a plantearte el hecho de cuánta gente
ha pensado en ello, pero no solo eso, sino cuánta gente no lo ha pensado nunca.
Y concluirás que sería muy triste no hacerse nunca estas preguntas ni tantas
otras que, seguramente, tienen respuesta, pero que aún no se la hemos
encontrado.