Volver a estudiarlo una y otra vez. Verter
lágrimas de polvo y estrellas pensando en qué estuvo mal, en qué estuvo bien.
Albergar aún una gota de esperanza en lo
más hondo del corazón. Llorar porque esa gota se escapa como agua entre los
dedos.
Esperar sin saber bien qué se espera.
De nuevo la
soledad, el frío. Reconstruir pedacito a pedacito el desecho orgullo. Sientes
odio de que jugase contigo, de que te utilizara, de que te probase. Quisieras
encontrártelo por la calle y gritarle, escupirle a la cara todas las ilusiones
que te hiciste por su culpa; gracias a él.
Se entretuvo,
pues le serviste como sopa de letras. Conversaciones llenas de palabras,
algunas sin sentido. Diagonales que jamás llegarían a tocarse y se perdieron en
el infinito.
Dolor en el pecho
que se concentra hacia la izquierda, justo en el corazón. El fantasma de “lo
que pudo haber sido, y no fue” te aprieta con fuerza el órgano vital que aún le
pertenece para exprimirlo, dejándolo sin vida.

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