—¿Una aventura?
Anda ya, que va. ¿Por qué habría de tenerla?
—Vamos a ver me
estás diciendo que estás hasta los cojones de tu mujer… pues, ¿no sé a qué
esperas? —. Y señaló con la mirada a la joven secretaria que había entrado
nueva a trabajar hacía unos meses.
Francisco se dio
cuenta de a lo que se refería su compañero.
—Hombre, la
verdad es que está muy buena, pero no sé si…
Al día siguiente,
ya al final de la jornada, no quedaba nadie en la oficina más que ellos dos. La
ocasión se presentó sin llamarla. Rocío, así se llamaba ella, se apoyó
sensualmente en el quicio de la puerta:
—¿Necesita algo más, don Francisco?
Él dudó por unos instantes en los que su miradas se aguantaban la una a
la otra ardientes, pero aún guardando las formas.
—Sí, pasa y cierra la puerta.
Ella obedece mientras él se levanta de la silla, se acerca y comienza a
rozarla. La toma por la cintura, se acercan. Su sexos se aproximan a través de
sus ropas. Y comienza a besarla, a comérsela como fruta recién madura. Ella
ofrece una mínima resistencia y acto seguido se deja hacer.
Francisco continúa besándola y recorriéndola, y con suavidad y furia la
echa sobre el sofá de tela azulada del despacho. Tan solo la tenue luz de la lámpara
del escritorio es testigo del acto.
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